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domingo, 29 de marzo de 2015

La triste historia del borracho que no bebía (I)

Que mirar las estrellas
a través del cristal de una botella
es lo más bonito
de mis noches sin ti.

jueves, 26 de marzo de 2015

Amantes

Quizá todo esto había comenzado con ese beso que no estaba en sus planes... Aparentemente. En el fondo querían callarse lo que deseaban gritar.
Ya en casa él besó cada uno de sus pechos desnudos. Mordió poco a poco su cuello mientras ella sonreía observando esos ojos que tanto conocían.
Él la miró sin nada de ropa y besó ese lunar que tantas veces había besado antes. Ese lunar que ya poseía su nombre y apellidos.
Quién sabe cuantas personas lo habrían besado desde entonces.

Eran dos personas con un pasado en común, un pasado ya muy lejano. Se conocían como uña y carne aunque lo negasen por guardar las apariencias entre sus "le odio", "me da igual su vida" y "no quiero saber nada".
Pero, en el fondo, se querían como nunca nadie ha querido. Y se lo mostraron, en silencio.
Mientras la noche acontecía en la ciudad, dos personas escondidas se entregaban una vez más.

miércoles, 11 de marzo de 2015

La reina olvidada

Hola reina mía. Seguro que cuando leas esta historia yo estaré lejos. O más cerca de lo que crees.
Te habrás olvidado de mí como ya te has olvidado de nuestros hijos y nuestros nietos.
 Ahora mismo me estás mirando. Y sonríes. Noto tus ojos perdidos, empiezo a desaparecer de tu cabeza.
Quiero narrarte nuestra historia antes de que esta desaparezca también de mi mente. Te quiero, más que todo lo que hay en este mundo. Eres mi reina y siempre lo serás.

Naciste un 23 de noviembre del año 1939, en un pueblito de Cádiz. Ese año se acabó la Guerra Civil y todos nos empezamos a morir de hambre y pobreza.
Tenías 5 hermanos mayores y dos menores. Todos eran hombres, todos estudiaron en el colegio y aprendieron a escribir. Un lujo.
Vivíais en un caserío a las afueras del pueblo, cerca de un riachuelo.
Te encantaba cuidar las gallinas, las alimentabas con tus propias manos y correteabas con ellas.
La primera vez que te vi fue un día en que decidí perseguir un pájaro grandullón y gordo para la cena. Y cuando estaba a punto de pillarle apareciste tú, gritando con voz infantil.
"Qué haces estúpido, deja al bicho en paz".
Me quedé mirándote y me empecé a reír. Solo eras una cría vestida de telas roídas. Con un empujón te habría apartado y habría seguido a lo mío.
Pero no sé por qué, no lo hice. Algo en ti me llamó la atención.

A partir de ese día iba al caserío para jugar contigo. Nadie nos prohibía saltar en el césped y reírnos, solo éramos unos críos.
Cuando crecí, sobre los 15 años,  me mandaron a Salamanca. Y después tuve que hacer la mili. Fueron años en los que te recordé como la niña a la que dejé en el pueblo.
No sabes cual fue mi sorpresa cuando, al volver allí, ya eras toda una mujer, con cuerpo de muchacha y cara aniñada, eso sí.
Fue ese día, el día de la vuelta en el que me dí cuenta de que te quería. No solo eso, te amaba.
Y me declaré.
No sé de dónde saqué fuerzas, pero lo hice.
Coloqué sobre tus manos el anillo que había pertenecido a mi familia décadas y te dije: Quiero que seas la reina de mi palacio. Te quiero amor mío.
Y tú me dijiste que sí. Con la euforia que tenía te abracé y te di el que se convirtió en el primer beso de muchos otros.

Nos casamos poco tiempo después en la iglesia del pueblo. Acudió toda la población de las villas, nunca vi tanta gente reunida en un lugar tan pequeño.
Debo decirte que la noche de bodas fue maravillosa. Hicimos el amor, entregándonos el uno al otro. Entre besos y caricia y te quieros.
Pronto nos mudamos al pueblo de al lado y empezamos a formar nuestra propia familia.
Recogí dos chuchos de la calle y nuetra casa de golpe parecía más llena.
Un día me fijé en que tu tripa comenzaba a asomar más que de costumbre. No quisiste decirme nada del miedo a mi reacción. En cuanto me enteré comencé a bailar en el jardín. Y a gritar al cielo dándole las gracias. Los vecinos se asomaban y me miraban divertidos ante aquella escena.
Meses después nació Felipe. Fue el fruto del máximo amor que dos personas pueden darse.
Tiempo después llego Martina y Lucía. Nuestra familia se completó cuando los dos chuchos dieron a luz 5 criaturitas que lloriqueaban en busca del pecho de su madre.

Nuestros hijos fueron los príncipes y princesas del reino que creamos tú y yo. Un reino pequeño pero acogedor donde resguardarse de las tormentas
Crecieron llenos de alegría e ilusión. Y acabaron formando también sus propios reinos fuera de casa.

Nuestros años dorados loa disfrutamos al máximo. Cada beso, cada caricia...
Pero entonces comenzaron tus olvidos. Al principio se te olvidaba recoger la ropa cuando llovía. Luego comenzaste a perderte por las calles del pueblo que tantas veces habíamos recogido antes.
El médico nos confirmó nuestras sospechas tras numerosas pruebas. Tú comenzabas a olvidar todo lo que habíamos construido juntos.

En estos momentos me temo lo peor, que de un día para otro te olvides de mí.
Reina mía, reina de mi cielo y de mi corazón, aunque te olvides de mí, yo no permitiré que me ocurra lo mismo. Nunca seras olvidada por mi memoria.
Pereceremos pero nuestras ideas permanecerán ahí. Y nuestra historia.
Esta que estoy escribiendo en el cuaderno de tapas marrones.
Pase lo que pase, reina mía, nuestros corazones estarán unidos para siempre. Ellos no olvidan. Nunca lo hacen.
Ahora me miras sonriente y te digo que te amo.
Seguramente mañana lo habrás olvidado. Entonces te lo diré de nuevo.
Te amo, te amaré siempre reina mía.

jueves, 5 de marzo de 2015

La chica que bailaba los silencios.

Ella bailaba los silencios al ritmo del tic-tac del reloj y del pum-pum de su corazón. Sus movimientos tenían algo hipnotizante, casi tanto como sus ojos mirándote mientras bailaba. Dando vueltas y meciéndose como si de un árbol a merced del viento se tratara. Abría la boca para murmurar o simplemente susurrar lo que sentía, cual grito más silencioso que sus bailes.
Solía caminar mirando al suelo, intentando pasar desapercibida para la gente que no merecía fijar su atención en algo tan grandioso. Aunque ella nunca vio lo majestuosa que era.
No te voy a mentir, la amaba a gritos que callaban al verla.
Era ese tipo de amor que sientes apenas una o dos veces en la vida. Mi estómago rugía como un león hambriento de mariposas y ella le alimentaba una y otra vez con su carne fresca.
La curva de su sonrisa era la luna creciente de mis días, y no había noche mía que no fuese iluminada por la lucecita de mi móvil avisándome de un nuevo mensaje. Simples palabras escritas que expresaban mucho más de lo que eran.
Ella asumía sus errores y cargaba con más pesares de los que la vida le otorgó al nacer. Mala suerte le llamaban, pero ambos sabíamos que la suerte no existía como tal y que estábamos rumbo a un destino incierto, guiados solo por nuestros pasos sobre un suelo que podía abrirse a tus pies y hacerte caer.
Mis días con ella parecían eternos, tanto como las tardes esperando a vernos.
Su habitación olía a flores exóticas y su cama se transformó en la nube que nos sostenía hasta que la noche acaecía. Hacer el amor con ella se convirtió en una odisea, y los lunares de su espalda se transformaron en las estrellas que guiaban mi navío por aguas bravas hasta puerto seguro.
La besé tantas veces que perdí la cuenta de cuando sus labios entrechocaban con los míos.

Nunca le prometí algo eterno como hacen todos. Sabía que nada dura eternamente.
Quizá ese fue mi error, no mentir en una promesa. No ilusionarme ni ilusionarle a ella.
Yo sabía que en toda historia llega un punto en el que cada uno sigue por su camino por separado, evitando mirar atrás donde este fue recorrido juntos.

Ahora ella sigue bailando los silencios a ritmo de su corazón juntado con corazones ajenos al mío. Sigue sonriendo al vacío mientras observa a la gente pasar. Su media luna de boca será la luna para otros como en un momento fue mía.
Y yo, a las noches, espero con ansia la luz del mensaje. Pero no hay luz, todo es negro. Y entonces me pido a mí mismo dormir sin recordar. Y me aconsejo no soñar con ella, pero mi mente evade esos pensamientos.
Entonces, cada noche, una muchacha se refleja en mis sueños. No habla ni dice nada. Solo baila. Sin parar. Se mueve en silencio guiada por los latidos de su corazón acompasados al mío. Y, en esas fantasías, mi noche tiene una luna con su nombre. Y un cielo de lunares. Yo pido que esos sueños no se acaben y sean eternos, pero vuelvo a la realidad para verlo todo negro.
Solo queda en mi mente el recuerdo de una chica que baila los silencios.

domingo, 1 de marzo de 2015

La chica de los ojos llorosos.

La chica de los ojos llorosos iba a mi clase. Se sentaba tres sillas para atrás y una a la derecha de donde me situaba yo. En ese marginal lugar al lado de la pared.
Nunca la miré. Jamás vi que alguien la mirase.
Pasaba desapercibida fuese donde fuese, hiciese lo que hiciese.
No participaba en clase ni se levantaba de su sitio cuando todos lo hacían. Y aún así nadie parecía fijarse en ella.
Solía escribir en silencio sobre un cuaderno de tapas duras. Nunca sonreía. Jamás de los jamases hablaba. Solo se oía salir el sonido del bolígrafo con el papel salir de donde ella se situaba. Ni siquiera parecía respirar.
Quizás tenía miedo.
A algo.
O quizá era demasiado niña todavía.
Y temía a monstruos que no existían, o lo hacían escondidos entre nosotros, hablándonos para camelarnos y después comernos.
Muchas veces me daba pena.

Cuando caminaba por el patio del instituto, lo hacía sola. Mirando el suelo. Procurando volverse gris, una sombra de sí misma. Pidiendo silenciosamente no existir.
Cuando le daban balonazos levantaba la mirada y observaba a su oponente unos microsegundos antes de bajar la mirada de nuevo.
Una vez yo fui su oponente.
Le dí sin querer. solo se me escapó el balón. Lo juro sobre todas las cosas. Nunca quise hacerla daño.
La pelota rebotó en su cabeza y cuando levantó la mirada me fijé en que sus ojos no reflejaron ira. No reflejaron nada. Estaban vacíos. Casi tanto como vacía estaba ella.
Y sus labios pronunciaron una frase ante mí.
Un "lo siento mucho" demasiado silencioso resbaló de su boca hasta llegar al suelo y fundirse entre tanta porquería.
No comprendí a qué vino esa disculpa. Creo que ni ella lo supo.
Y yo, ingenuo de mí, no me atreví a preguntárselo.

Un día esa chica no volvió a clase. Se cambió de instituto, eso nos dijeron.
O eso nos hicieron creer.
Sinceramente, espero que fuese así y que no le hubiese pasado nada malo.

No me acuerdo de su nombre, y eso que hace menos de un año venía a clase conmigo y se sentaba allá donde nadie mira.
O donde se cree que nadie mira.
Me arrepiento de ello.

Oh, sí. La chica de los ojos llorosos y vacíos que nunca significó nada para nadie, al desaparecer dejó un hueco en mí.
Y eso que solo hablé con ella una vez.
Y nunca la mire en clase.
Y jamás me atreví a hacerlo.