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viernes, 20 de diciembre de 2013

Llamando a las puertas del cielo.

A mi abuela siempre le gustó la música. Según me contó, el día que nació, una mañana de niebla y casi lluvia, sonaba una canción de Glenn Miller, In The Mood. Creció en un lugar pobre, pero gracias a los esfuerzos de su padre, mi bisabuelo, consiguió ir a clases de piano.
Al final acabó yendo al conservatorio y se convirtió en una hábil pianista que tocó desde al pueblo llano hasta a reyes y reinas de países lejanos. ¡Una vez tocó hasta con el mismísimo Louis Armstrong! 
Llegó a ser una de las mejores músicos del mundo, pero en cuanto nací se quitó de tocar y se dedicó a cuidarme como no pudo hacer con mi padre por los conciertos.

Yo era su único nieto, ella me quería muchísimo.
Cuando mis padres tenían que ir a la oficina me quedaba con ella. Eso me encantaba, me gustaba oírla cantar en cualquier momento, parecía un ángel al que la edad se le iba llevando poco a poco.
Ella sabía muchísimo sobre música, todas las noches me narraba una historia de algún compositor o músico. O simplemente me contaba lo que había ido aprendiendo con la edad.


Decía que para cada momento hay una canción que lo haga único.
En ocasiones ni siquiera eran canciones, sino un conjunto de sonidos que formaban una melodía, como los pájaros, las hojas moviéndose y el río, que juntos formaban la Melodía del Bosque.
Me contaba que a veces pasaba algo y la música que en ese momento sonaba marcaría un antes y un después.
Desde entonces siempre mantenía las orejas abiertas a cualquier tipo sonido.

No se me daba bien música en el colegio, la solía aprobar con cincos raspados, pero a oír y a sacar melodías de la nada nadie me ha conseguido ganar.
¿Alguna vez os habéis quedado en algún lugar quietos, callados y con los ojos cerrados?
Al principio no se suele escuchar nada distinto, pero cada segundo algo se mueve y cambia. Y eso forma un sonido único.
Así no hay dos gotas de lluvia que al caer hagan el mismo sonido ni dos hojas que, movidas por el viento creen la misma sonata.
Incluso el tráfico a hora punta llega a ser hermoso. Es la melodía de todas las mañanas en Madrid, coches y más coches.

Hay una frase de mi abuela que siempre recordaré: "Cuando pase algo malo, no odies la canción, odia a lo que te hizo daño. La música no merece ser odiada sino recordada pues forma parte de la melodía de nuestra vida".
Para mí las tardes con ella fueron mi mejor tiempo.
Hasta ayer, cuando tuvo el accidente.
.........

Vi el mensaje de mis padres, ahora llegarían al hospital.
-Abuela, ¿Se encuentra mejor?
Respiraba muy profundamente, la neumonía le había dado fuerte.
-Niño... Mi niño... Mi nieto... De esta no salgo. Pero no llores, sonríe. Voy a irme pronto, espero que nunca te... -Una tos hizo que tuviese varios espasmos en el cuerpo-... Te olvides de esa vieja que te enseñó la verdadera música... Debes transmitir ese don a tus hijos y nietos... Que nunca muera la banda sonora de nuestra vida. Anda, pon un poco la radio, a ver si dicen algo nuevo de los politicuchos estos.
La hice caso mientras intentaba aguantarme las lágrimas para que no me viese triste.
Busqué una emisora de música, y en cuanto la encontré subí el volumen.
Mi padre había pillado tráfico y puede que no llegase a tiempo de verla una última vez.
Mi abuela abrió los ojos para me mirarme profundamente y me besó la mano. Me dijo adiós con la mirada y cerró los ojos.
Justo en ese momento, quién sabe si fue algo del destino o el último mensaje de ella, empezó a sonar una canción muy reconocida mundialmente en todas sus versiones.
Knockin' on Heaven's Door.
Las enfermeras pasaron a la sala a llevarse el cuerpo sin vida de mi abuela mientras yo lloraba a lágrima viva.
Al poco tiempo se abrió la puerta y entró corriendo mi padre. Buscó a mi abuela y no la vio.
-Hijo... Hijo mío. ¿Dónde está mi madre? ¿Dónde está tu abuela?
En ese momento me giré con ojos acuosos y le contesté mientras sonaban los últimos versos de la canción.
-Llamando a las puertas del cielo.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Enamorarse.

Andas por la calle con la cabeza agachada entre todas las personas. Unas van en tu sentido y te empujan hacia él mientras que otras van en sentido contrario o se paran, lo que hace que frenes.
Tú no levantas la cabeza. Para qué si ya sabes lo que vas a ver.
Coches, humo, personas de todos los tamaños…
Nada cambia, la ciudad gira en un ritmo constante.

Gris.
Todo es gris.
Y tú también lo eres, junto a todos los demás.
Muy pocos afortunados consiguen dejar de ser grises en este mundo.
La vida pasa lenta junto a ti, siempre igual.

Y tú sabes que eres gris, que no eres de color como esos venturosos que arriesgan su vida por otra persona.
Todos nacemos de color pero acabamos quedándonos sin él y convirtiéndonos en otro más.
Sabes que si desaparecieses nada cambiaría para nadie, ninguna de esas personas diría: “Oh, ya no está, ¿Qué fue de esa persona que siempre miraba hacia el suelo?”
Nadie te pregunta por qué agachas la cabeza, si te lo preguntasen tú sabrías que responder.
-¿Para qué?- Dirías-. Para ver siempre las mismas caras grises de cansancio y humo, y coches. Y nadie feliz, menos esos que consiguen salir de este insípido color grisáceo.

Oyes un lloriqueo de un niño pequeño, seguramente al haberse perdido entre tanto gris.
Levantas la cabeza y miras hacia los lados en busca de algo de color.
Y entonces lo ves. Alguien te está mirando entre todo gris.
Esa persona tiene color, y te está mirando.
Si desaparecieses esa persona se fijaría en que faltas. Te echaría de menos. Le importas a alguien.
Y en ese momento se te ilumina la mirada y sonríes.
Entonces, te das cuenta de que el cielo se ha vuelto azul… De que todo vuelve a tener color… De que ya no eres gris.