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martes, 26 de noviembre de 2013

Arma de guerra



He visto pájaros de guerra caer a mis pies y sumirse en el fuego más sonoro. He visto miles de armas sujetas a cadáveres inertes y pálidos. También he visto a niños llorar a lágrima viva antes de ser fusilados ante la mirada de todos.
Compañeros míos han salido volando en miles de pedazos  por culpa de bombas que no deberían estar donde estaban.

Cada día piensas que va a ser el último, que ese día no caerá nadie de los dos bandos. Pero no es así. Nunca lo es.

Y piensas que al volver a casa todo acabará, que volverás a ser feliz con tus hijos y con tu familia.
Pero los horrores de la guerra te persiguen.

Tus hijos crecen y al volver no te reconocen. Te pierdes su primera palabra, su primera canción, su primer día de colegio…
Tu pareja parece perdida. En su frente encuentras arrugas que antes no estaban ahí. Cada arruga es un día que ha estado preocupada por ti. Y hay miles y miles.
Y tú empiezas a tener pesadillas. Las caras de los civiles te persiguen… Y te perseguirán hasta que mueras.
Al final la guerra nos destroza a todos por igual.

Nunca podrás decirle a tu hijo que eres una buena persona, porque ambos sabéis que no es así.
En ocasiones ni siquiera serás capaz de mirarle a la cara porque recordarás a ese chiquillo que te miraba, suplicando por su vida mientras tú le apuntabas con un arma a la cabeza antes de abrir fuego.

Llorarás. Llorarás hasta dormir. Y en cuanto cierres los párpados volverán las pesadillas. Y ese niño te perseguirá con la mirada. Preguntándote por qué lo hiciste.
Y tú, tú no serás capaz de responderle.

Y así, de un momento para otro te das cuenta de en qué te has convertido. Eres un ser aborrecible. Es más, un arma de matar. Un asesino legal.
Eres un héroe para tu país y todos te ven así. Pero tú sabes que no. Y eso ya no va a cambiar. Si todos supiesen lo que has visto te aborrecerían como te aborreces tú.


Y ahí te quedas. Con la mirada perdida.
Intentando borrar imágenes y voces que no desaparecerán nunca.
Sabes que eres un monstruo. Un arma de guerra.
Y eso te marca para siempre.

martes, 19 de noviembre de 2013

Fantasma del autobús



Me suelo escapar de casa, y en algunas ocasiones falto también al instituto. 
Algunos creeréis que voy a cualquier lado de 'malote' pero en realidad, lo único que hago es andar hasta una parada del autobús y subirme a este. Suena raro, pero eso me tranquiliza.
Miro por la ventanilla pensando en mis cosas, otras veces me gusta mirar a la gente y escucharla. Y al final suelo acabar fijándome en cosas que para el resto pasan desapercibidas. Creo que es un don o algo así.

Algunos días suben dos niños pequeños. Parecen hermanos, pero en verdad, son solo amigos. Él es hijo de la mejor amiga de la madre de la niña, que falleció en un accidente de tráfico hace unos meses. El niño iba en el asiento de atrás durmiendo, y no se enteró de nada.

Y esa joven con pintas de modelo, una chica barbie muy glamurosa, toda bien vestida con capas de ropa de varios tonos y texturas, oculta bajo el maquillaje unas ojeras de no haber dormido, y bajo toda esa lujosa ropa hay un cuerpecillo muy delgado, más muerto que vivo.
Ella mira a los lados, buscando su chico perfecto, mientras piensa que debería ser más delgada para encontrarlo. Más “perfecta”.
En lo que ella no se fija es que, dos asientos más atrás se sienta un chico con cascos azules y nariz respingona. Este no deja de observarla de arriba a abajo. Pero ella parece no fijarse, parece estar muy ocupada con sus pensamientos negativos y autodestructivos.

Hay un colegio enfrente de una parada y se suelen subir un grupito de chicas, de las cuales, una se aleja de las demás.
Todas las chicas hablan quejándose de todo pero hay una voz que se escucha más, y al final todas callan para oírla. Parece que es la jefa de todas.
Suele llevar pantalones cortos incluso en invierno, o leggins con los que se le nota todo. Tiene un tono algo pijo incluso unas mechas rubias que desentonan con su pelo castaño y siempre lleva las uñas pintadas.
Empieza diciendo que si un chico le gusta, si no se fija en ella... Y acaba diciendo que se corta las muñecas por él y solo él. Seguidamente enseña sus muñecas, con marcas más que de cortes de arañazos de gato.
Algunas personas del autobús se escandalizan y a veces señores mayores han estado a punto de saltar al oír semejantes cosas.
Nadie parece fijarse en la chica apartada de los demás, con la cabeza mirando al suelo mientras tararea una nana. Se agarra con los dedos la camiseta de manga larga que siempre lleva, incluso en verano sin aire acondicionado. Intenta ocultar los cortes de sus muñecas, cada vez más profundos.
Sabe, que si un día desapareciese nadie se fijaría en que falta. Cada día es más gris para ella...

Y ese chico que va con un bolso y ropa de mujer. Todos le miran mal y rehuyen de su mirada. Nadie se fija en las lágrimas que aparecen en sus ojos, y nadie sabe lo mal que lo ha pasado en su familia, desde que a los 14 años admitiese que se sentía mujer.
No tiene amigos y nadie quiere pagarle la operación de cambio de sexo.
Seguramente a las noches llora, se enjuaga en su almohada mientras dice: "Mañana estaré bien."


 
En lo que nadie se fija es en mí. Soy una sombra que está en un lugar fijo, un fantasma inmóvil. 
Todo pasa a mi alrededor y yo no puedo hacer nada para cambiarlo. Los días van y vienen y lo único que cambia es el número del día en el que estamos.
Ahora que ya me conoces no intentes entenderme, soy inexplicable, no te pongas a buscarme soy indetectable, no intentes copiarme soy inimitable, pero no puedo estar siempre así, eso es algo inaceptable.







martes, 12 de noviembre de 2013

Diario de una princesa. Prólogo.



Seguramente esta historia os habrá parecido una chorrada, pero, por decirlo de alguna forma es mi historia.
Soy Lara, pero para nada soy una princesa ni nada de eso.
Crecí en una familia muy humilde y pura. Cada noche rezábamos antes de cenar, íbamos a la iglesia los domingos...
Yo en la iglesia solía prestar atención, hasta que un día a la salida me encontré con otra chica de mi edad. Nuestros ojos se cruzaron y entonces todo cambió para mí. Empecé a pensar en ella todos los días, y todo me recordaba a Cala.
Solíamos quedar a las tardes y nos íbamos por ahí. Éramos muy buenas amigas, y a mis padres les gustaba Cala, pues era muy agradable a la vista.
Un día quedé con Cala para pasear por la playa a la noche. En un momento ella me agarró de la mano. Yo la miré y ella me dijo que le gustaba. Yo le dije lo que sentía por ella. Y le pregunté si era normal que me sintiese así por una chica.
Ella me abrazó y me dijo que, al menos en la sociedad en la que vivimos, es normal. Pero antes esto no se respetaba. ¿Sabéis lo que es eso? No poder amar a quien quieres. Es horroroso.
Oculté mi homosexualidad días, semanas, y después meses.
Mis padres no sospechaban nada de Cala y de mí.
Un día invitaron a Cala a comer.
Ella llevaba días insistiéndome en que se lo tenía que decir a mis padres cuanto antes, que eso sería lo mejor para ambas.
Me levanté en medio de la comida y dije que tenía algo importante que decir. Ahí lo dije todo, con Cala delante, que me miraba con una sonrisa enorme mientras mis padres abrían mucho los ojos.
Mis padres se levantaron y me llamaron de todo. Me echaron de casa y de la familia.
Desde entonces vivo con Cala en su pequeño piso alquilado. No será tan grande como mi casa, pero es mi hogar. Y yo soy feliz con ella.

Creé la historia de princesas para que todas las niñas supiesen que es normal amar a alguien de cualquier forma. No tiene que haber un príncipe para que sea un final feliz.
Esta va a ser mi última nota de Diario de una princesa.
Amad a quien os quiera de verdad y quitaros complejos. Todas sois princesas, seáis como seáis y os guste quien os guste.
No lo olvidéis nunca.
Os quiere,
Lara

martes, 5 de noviembre de 2013

Diario de una princesa III


Amanecía nublado. Apenas se veía el sol entre los grises y oscuros nubarrones. Así fue la mañana el día de mi boda con Gabriel.
Él parecía feliz de poder casarse conmigo al fin y poseer todas las tierras de mi reino, además de a una joven guapa que le daría unos rosados niños.


Me desperté con la almohada húmeda después de haber pasado la noche llorando. Tenía unas ojeras enormes y en mis labios no había ningún atisbo de sonreír.
– Acaban de expulsar a Cala de su reino. Tiene prohibido acercarse al palacio y mucho menos de gobernar. Se ha convertido en la deshonra de su familia después de lo del baile, en la oveja negra. Su nombre no saldrá en el libro de familia y su cara será borrada de todos los cuadros. Menos mal que a ti no te hemos hecho eso, eh hija –dijo mi madre al verme por el pasillo andando somnolienta –. Anda, vete al baño y lávate esa cara, que en breves traerán tu vestido.


Las horas siguientes fueron un calvario para mí. Cada vez se acercaba más  mi nueva vida de princesa casada.
Y de repente estaba dando pasos hacia el altar de la pequeña capilla del palacio.
No quería mirar a nadie. Ni a mi madre, que daba la batalla por ganada, ni a mi padre que me agarraba del brazo forzando una sonrisa imposible, ni a Gabriel, que me observaba acercándome poco a poco a él.
Al final acabé con la mirada agachada, viendo mis pies dentro de los blancos zapatos.  Mirando como a veces estos titubeaban un poco a la hora de continuar con el andar.
– Corten la boda. Esto no puede seguir así.
Era Cala quien nos miraba desde atrás del todo. Había conseguido despistar a los guardas del palacio y se había colado.
La miré y mis ojos se empañaron. Pensaba que no la iba a volver a ver nunca más. Pronuncié su nombre varias veces en voz alta y me solté de mi padre.
– Hija, ¿vas a irte con este engendro de la naturaleza y dejar que nos deshonren a todos o a hacer lo que tienes que hacer por el bien de todos?
Era mi padre quien había alzado la voz.
Yo me giré y le miré, seguidamente empecé a andar hacia Cala.
– No te atreverás a dejar mal a toda nuestra pura estirpe– Mi madre gritaba con ojos de loca–. ¿Serías capaz de abandonar a quienes te han criado? ¿De darlo todo por ella? ¿De quedarte sin hogar, sin reino, incluso sin padres?
Toda la capilla enmudeció ante mi respuesta.
– Sí.
Cala me miró.
– Las personas que te rechazan como lo que eres, las que te llaman engendro, las que te obligan  seguir el camino que no quieres. Esas personas no son tu familia. La familia te tiene que querer en los buenos y en los malos momentos.
Eché a llorar tras lo que dijo mi amada y corrí hacia ella, pero mi padre me paró, agarrándome por los brazos.
– Hija… Si tanto la quieres… Vete con ella, pero antes danos a nosotros, tus padres, todo lo que te hemos dado. Tu lujoso vestido de diamantes, los zapatos blancos que llevas, la diadema y tu pelo, ese que nos costó que creciera y al que estuvimos cuidando con esmero a base de geles.


Gruesos lagrimones bañaron mi mejilla mientras me cortaban mi melena y me desnudaban. Pronto de mi larga melena no quedaba nada más que unos cuantos pelos en el suelo y en mis hombros.

Mi padre me despidió con la mirada y mi madre ni siquiera me dijo adiós cuando me marché desnuda de la mano de Cala. Alejándome de todo.

Creo que nunca más los volveré a ver.


Sé que mi vida me costará mucho más a partir de ahora, pero estoy con la persona que quiero y que sé que me va a apoyar en todo pase lo que pase.

Tendremos que sobrevivir a todo esto. A lo mejor algún día vuelvo a ser feliz.


Qué digo, ahora mismo soy la persona más feliz de este mundo.

Lara