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martes, 24 de septiembre de 2013

Niño mariposa III: Mariposa.

Guille estaba asustado.
La crisálida había desaparecido, y con ella la oruga. Todo su mundo, todo lo que había cuidado desde que murió su madre.

Sus ojos se volvieron a oscurecer y empezaron a derramar lágrimas que caían como goterones sobre su ropa.

Eli se fue triste de la casa de su amigo. Al bajar las escaleras vio al padre de Guille. No estaba bebiendo nada de nada. Parecía muy agotado.
Sostenía una hoja en sus manos en la que él mismo había escrito que había dejado de beber por su hijo. Para que volviese a tener un padre al que poder llamarle tal cual.
Ella sonrió al ver esa escena. Por fin lo malo había pasado.
Casi había salido ya de la casa cuando un grito de Guille llamó su atención.
-Eli no te vayas, mira esto.
Otra vez subió las escaleras, pero esta vez a trompicones. Guille estaba en la puerta del cuarto de sus padres, bueno, del de su madre, ya que su padre ya casi ni dormía.
Al verla llegar le hizo un gesto y abrió la puerta despacio.
Revoloteando sobre el tocador de su madre estaba una mariposa de color celeste. Ninguno de los niños se sabían tantos adjetivos hermosos que pudiesen expresar tal deslumbrante belleza.
-Sus alas son del mismo color que tus ojos Guille…-Dijo sorprendida Eli- ¿Qué hacía aquí?
El niño se miró en el espejo del tocador y así era. La mariposa se parecía a él. Ahora lo comprendía todo.
-La mariposa huyó de la realidad, se refugió en su mundo. A veces, simplemente, tenemos que crear nuestro propio universo.

Guille fue a coger la mariposa con sus manos, pero se detuvo.
Si le tocaba las alas dejaría de volar inmediatamente. Y moriría.
No iba a quitarle lo más preciado que tenía. Todavía le quedaban muchas horas de vuelo y de vida. Y de felicidad.

Y allí estaba revoloteando.
Parecía una flor con alas. Un sueño perdido. Una ilusión olvidada.
Eli miró a Guille, que estaba de pie mirando la mariposa, y este le devolvió la mirada.
Ella le hizo unas señas y Guille asintió con una cara larga. Se levantó y junto a Eli se dirigieron a la ventana.

Cada uno abrió una ventana de par en par y seguidamente observaron a la mariposa.
Esta empezó a volar con fuerza. Se acercó a la ventana y salió por ella.
Alejándose del tarro. Del cuarto. De todo lo que le había ayudado a seguir adelante.
Ellos observaron como una mota azul se alejaba hasta desaparecer de la faz de la Tierra, aparentemente.
La ilusión se fue. El sueño desapareció.
Viendo como la mariposa desaparecía en el horizonte Eli le cogió de la mano a Guille y le susurró una cosa al oído.
 No temas las tempestades, ni las tormentas. Tú puedes volar más y más. Eres una mariposa. No lo olvides. Bate tus alas y vuela, pequeño.




lunes, 16 de septiembre de 2013

Niño mariposa II: Crisálida.

Guille llegó corriendo del colegio,  temiendo que los demás le hubiesen perseguido como últimamente acostumbraban a hacer.
Al entrar en casa vio que su padre estaba borracho durmiendo en la cocina. Apestaba a vodka y a whisky del barato. En la mano sujetaba una foto de su madre.

Mamá.
Esa palabra surcó la mente del pequeño.
En cuanto ella murió, su  padre empezó a beber para olvidar, y si no conseguía evadirse de la realidad, tomaba más y más hasta caer casi en coma en el suelo de los bares.
Pensaba que al final de cada trago se olvidaría de todo. Que desaparecería de su mente.
Pero no era así y se volvía a llenar el vaso.
Los niños del colegio se reían del que, en su tiempo, había sido el mejor padre del mundo.

El día oscuro en que enterraron a su madre la oruga se encerró en una hermosa crisálida. Y así llevaba desde entonces. Oculta en su propio mundo, temiendo que al salir no la aceptasen.
Guille había cogido la costumbre de, nada más llegar a casa, contarle a la crisálida como había sido su día. Lo que le llamaban los demás a él y a su padre, que estaba solo en los recreos, que tenía miedo…
Le daba igual que la oruga no lo escuchase,  él tenía que desahogarse.


-Bueno niños, aquí os presento a una alumna nueva. Se llama Elizabeth, espero que os portéis bien con ella aunque llegue en mitad del curso.
Estas fueron las palabras que dijo la profesora al mes del entierro.

Mamá.
¿Dónde está mamá? Papi, ¿le ha pasado algo malo?
Palabras perdidas surcaban la mente de Guille hasta que alguien le despertó de su mundo.
-Niño, ¿cómo te llamas? Yo soy Eli, la nueva- Una sonrisa de dientes de marfil le miraba curioso.
El pequeño la miró a los ojos sorprendido. Tenía un ojo azul y otro verde.
-Guille. ¿Por qué tienes los ojos así?
La niña soltó una carcajada y se acercó a él.
-Soy una bruja. Con un ojo veo el pasado, con otro el futuro y con ambos veo el presente. Me caes bien, creo que hoy no te comeré- La niña soltó una carcajada propia de una película de terror de los años 60.
Él la miró con los ojos muy abiertos, no porque se hubiera creído esa broma, si no porque esa niña era la primera que le hablaba desde hacía semanas.

Guille seguía apartándose a un rincón cuando había recreo, pero ahora tenía a alguien a su lado, capaz de dar la cara por él y defenderle ante cualquier cosa. Tenía una amiga de verdad.
Y eso fue todo lo que necesitó para que, a la semana, volviese a ser el niño sonriente que era antes de que acaeciese la pesadilla.
Ya no pensaba tanto en su madre como antes. La seguía queriendo y añorando, pero tenía que avanzar en el camino de su vida.

El padre de Guille empezó a intentar beber menos, pues, después de múltiples amenazas en el trabajo, le estuvieron a punto de echar.
Seguía bebiendo, pero cada vez bebía menos.
A veces Guille le pillaba llorando en la cocina, y siempre mirando la foto de su madre. Esa foto que se sacaron en la primera cita.
Ella salía sonriéndole a la cámara y él la miraba con ojos de loco enamorado. Parecía que la iba a besar en cualquier momento.

Guille se fue alejando de la crisálida, aunque la seguía cuidando con cariño.
Un día decidió que ya era hora de mostrarle a su amiga su bien más preciado, ese pequeño animal que se había encerrado en su propio mundo.
Eli llegó a casa de Guille entusiasmada por qué sería aquello. Subió las escaleras despacio y se adentró en la habitación del niño.
Senado en la cama, con piernas cruzadas, Guille lloraba mientras sostenía el tarro. Ella carraspeó para hacerse notar y él se enseñó un tarro vacío, sólo quedaban un puñado de hojas resecas en el fondo.
-No está… La crisálida no está… Ha desaparecido.



lunes, 9 de septiembre de 2013

Niño mariposa I: Oruga.

-Mira mami, un gusanito.
-Hijo, venga, llegaré tarde al médico y tendremos que esperar.
El pequeño recogió el pequeño bicho en sus regordetas manos infantiles y corrió hacia su madre, que no se había detenido en ningún momento.
Está se paró y empezó a toser fuertemente. Llevaba meses así y últimamente empezaba a empeorar.

En la sala de espera Guille se puso a jugar con el gusano. Era de color  verdoso, tenía unos ojos negros.
Su madre le preguntó si lo podía coger, y pronto el animal cambió de manos.
-Hijo, creo que es una oruguita pequeña como tú. Pronto se convertirá en una hermosa mariposa, pero antes tiene que crecer.
A Guille se le iluminaron sus ojos azules y sonrió. ¡Una mariposa! Tenía una futura mariposa en sus manos.
-Señora García Versalles, pase, le toca su turno.


Al entrar el doctor la pidió que se sentase. Tenía mala cara. Algo había pasado.
La madre de Guille le pidió que saliese un momento y este la obedeció sin rechistar.
En su bolsillo asomaba un gusano impaciente por oír la respuesta, como él.

Al principio solo se oyeron voces y palabras largas de raros significados.
Luego vinieron los lloros. Y las toses.
Otra vez las malditas toses.


En casa su madre lloraba en la cama. A veces se levantaba y daba vueltas por el cuarto, pero llegó un momento en el que ya no tuvo fuerzas ni para reír.
Era como si la estuviesen comiendo por dentro. Cada día más delgada, más ojerosa, más pálida…
Guille se empezó a encerrar en sí mismo.
No quedaba con los amigos por temor a que su madre se pusiese peor y él no estuviera en casa. Si eso pasaba toda la culpa sería suya. Toda.
Su padre solo tenía ojos para el trabajo y llegaba a veces a altas horas de la noche, y todo por un jefe que cobraba más que el doble que él y que le retenía ante todo.

En el cuarto de Guille, el del final del pasillo, en un tarro de mermelada de fresa ya acabada y sin etiqueta había metido a la oruga con flores y hojas del parque, que se iban marchitando poco a poco como su madre.

Hubo un momento en el que todo decayó, y una noche tuvieron que llamar a la ambulancia.
Guille llegó al hospital con un tarro bajo el brazo. La oruga, dormida, iba en él.
Su madre fue encerrada en un cuarto bajo la vista de los doctores y Guille se quedó sólo con el tarro y su padre.
Este no paraba de dar vueltas y cada cierto tiempo, miraba su reloj de pulsera murmurando palabras que hacía que a Guille se le saltasen los ojos de sus pequeñas órbitas.
Guille se acurrucaba una y otra vez en los incómodos asientos con el tarro en los brazos. La oruga, ya despierta, comía y comía, sin mirar a los lados, ignorando todo lo malo. Como si no quisiese escuchar lo que pasaba a su alrededor.
-Oruguita, yo se que mamá se pondrá bien. Un día iremos todos al monte, para que veas los árboles más grandes que hay. Y mamá será la de siempre. Y papá llegará pronto del trabajo sonriendo. Y todo volverá a ser como antes.

Pero Guille se equivocaba.
Esa fría noche de abril murió una esposa. Una madre. Una persona.
Y los ojos de Guille se oscurecieron hasta parecerse a los de la oruga, perdiéndose en el limbo.

Siguiente parte


lunes, 2 de septiembre de 2013

Algún día.

Algún día te darás cuenta de lo que perdiste y de lo que ganaste.
Algún día contarás las estrellas fugaces fallidas.
Algún día te acordarás de los caidos, de los olvidados
    de los buenos y de los malos.
Algún día dejarás de esconder la cabeza y mirarás alto buscando estrellas.
Algún día te darás cuenta de que alguien te amó y que eso significa que otros te amarán.
Algún día sonreirás recordando todo esto.
Algún día.