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sábado, 11 de abril de 2015

La triste historia del borracho que no bebía (II)

Era un hombre adicto como muchos otros, lo que le diferenciaba era que su adicción era la más potente y la más humana de todas.
Por las tardes le veías en el bar borracho por las esquinas, hablaba alguna que otra vez. Pocas veces reía, y si lo hacía era para ocultar lo que en el fondo sentía.
Todas las tardes al llegar al lugar pedía un  vaso vacío que llenaba de sus propias lágrimas antes de bebérselas. Lágrimas juguetonas que bajaban por su mejilla y rebotaban en el fondo del vaso de cristal.
Nunca vi sentimiento más fuerte que el de aquel hombre. Ni más triste.
Bebía hasta que esa potente droga alimentada a base de sentimientos e ilusiones le llenase en cuerpo y alma. Cual drogadicto de cocaína él rebuscaba en su interior hasta encontrar los sentimientos más profundos, los que le hiciesen sentir que seguía vivo. El dolor es lo que le recordaba que todavía estaba en esta mierda de mundo, viviendo día tras día.
Cada noche te lo encontrabas ya borracho de sentimientos perdidos y reencontrados.
Y justo antes de caer al suelo siempre decía:
"Mi negrura es la luz que ilumina mis días"