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martes, 29 de octubre de 2013

Diario de una princesa II

Ojalá no fuese así. Ojalá fuese otra persona y no el ser abominable en el que me he convertido.
Engendro. Esa palabra se repite en mi cabeza. Es lo que soy, un engendro de la naturaleza simplemente por amar a quien no debo.
¿Tan malo es el amor hacia alguien?


El baile fue una locura. Una estupidez, diría Yaya.
Era una noche oscura. Oscura y perfecta para un baile así. Las estrellas brillaban poco menos que la enorme luna creciente que había en medio del cielo.
Yo estaba nerviosa, moviéndome de un lado a otro, procurando que todo saliese bien.
A las seis en punto fueron llegando caballeros, marqueses, príncipes y sus damas disfrazados.
Algunos simplemente llevaban una máscara que apenas cubría su rostro mientras que otros se habían vestido de todo tipo de personajes extraordinarios.
Entre todos estos seres se encontraba el príncipe Gabriel. Iba vestido de azul y blanco de pies a cabeza. Su cara lo ocultaba una máscara que bien podría ser de un caballo como de un perro. No paraban de mirarme él y todos los invitados con cierto disimulo, pero pese a eso me daba cuenta. No me quitaban el ojo de encima hasta que llegó ese Duque al que nadie parecía conocer.
Se hizo llamar Duque del Mar Celeste porque iba vestido completamente de este color.
Lo primero que hizo al llegar a la sala fue mirar a los lados e, ignorando por completo a todos los presentes, se dirigió a mí y me hizo una hermosa reverencia.
Entonces, tras esa máscara de gato y bajo el enorme sombrero que ocultaba sus cabellos reconocí los ojos de Cala.
– No sabía que te ibas a disfrazar tan bien –Dije con una sonrisa en la boca–. ¿Bailamos?
Cala no dijo nada y miró a sus lados, temiendo que la hubiesen reconocido. Todos los presentes nos estaban mirando, a ver que hacíamos.
Empezamos a bailar. Sólo se oían nuestras respiraciones en la música, pues nadie se movía. Apenas pestañeaban.
Cala se sentía llena de energía y se acercó a mis padres, que se encontraban en primera fila mirándonos atónitos.
– Soy el Duque del Mar Celeste y vengo a pediros la mano se vuestra hija– Les dijo Cala mientras ponía la voz más masculina que sabía poner–. Me gustaría llevarla a mi país y casarla.
Cala bajó la cabeza, pero el destino se volvió en nuestra contra e hizo que se le cayese el enorme sombrero, dejando a relucir unos cabellos largos y negros. Muy negros.
En ese instante las personas enmudecieron. Los músicos dejaron de tocar. Se empezó a oír en susurros que era Cala. Gabriel nos miró y seguidamente salió de la sala corriendo, no quería saber más del asunto.
Cala se quitó la máscara y, mirando a mis padres a los ojos dijo:
“Amo a Lara. Ella lo es todo para mí” y, seguidamente, se giró y mirando a sus padres les dijo que era única, y que estaba enamorada de mí. Que no la insultasen pues era otro tipo de amor.
Yo salté al oírla decir esto y dije que también la amaba y que también me quería casar.
Ahí mi madre empezó a llorar. Los padres de Cala se la llevaron a rastras mientras ella gritaba y pataleaba diciendo que no era malo amar a alguien.
El baile se disolvió en apenas unos minutos y me quedé sola. No me había movido del sitio donde estaba.
Y lloré como nunca lo había hecho.
Mis padres se fueron gritando enfadados dejándome ahí. Después vinieron y me llevaron a mi alcoba.

Mañana celebraremos mi boda con Gabriel, pues a este ha parecido no importarle mi comportamiento en el baile diciendo que son “chorradas” que se pasan en cuanto uno se casa.
A partir de entonces estaré obligada a ser buena esposa para él y a, algún día, gobernar el reino.
Creo que no voy a volver a ver a Cala, o al menos eso intentarán mis padres.
Me han obligado a no mantener relaciones con cualquier otra mujer. No me escuchan cuando les digo que yo solo mantendría relaciones con Cala.
Algo en su mirada dice que les avergüenza una hija como yo.

Y es cierto, sólo soy un engendro. Y los engendros no deben de existir.
Lara

martes, 22 de octubre de 2013

Diario de una princesa I

 


Desde que nací he sido princesa.
Día tras día estoy en la corte retenida, aprendiendo a controlarme.
Desde pequeña me han enseñado qué o qué no hacer. Todo está apuntado en el Libro Sagrado de las Normas.
He aprendido a llevar libros en la cabeza, a comer sin eructar, a ser grácil como un cisne y a ser una señorita. Soy capaz de llevar todas las normas a rajatabla. Menos una.
Norma 153: Toda princesa deberá encontrar a un príncipe de un reino lejano que acepte a ser su marido y futuro rey del lugar.




No es que no haya príncipes cerca de mi reino, ni que mis padres se nieguen a casarme(es mas, lo desean fuertemente). Sino porque yo no quiero a ningún príncipe, sino a una princesa. Se llama Cala, me saca dos años.
Posee los ojos más profundos que he visto en mi vida y tiene unos labios finos que me encantan besar. Su pelo es negro como el carbón y bastante ondulado. Me encanta acariciar su rostro cuando la veo.
Los sábados nuestros padres suelen ir a una gala de reyes y reinas y nosotras quedamos para pasear juntas por el mar.
La última noche me senté en las rocas a mirar las estrellas y Cala me miró con dulzura. Se agachó y pasó su mano por mi mejilla.
Entonces una voz en mi interior me dijo que la besase.
Y eso hice.
Sentí que volaba por las nubes para luego caer a su lado.
Desde entonces llevo soñando con ella.
Nos amamos y ambas lo sabemos.
Ese es el problema. Que nos queremos y no podemos estar juntas.

Si nuestros padres se enterasen montarían en cólera y nos desterrarían para siempre.
Ya me lo dijo Yaya, mi niñera.
No te pueden gustar las mujeres. Tú eres una mujer, y toda mujer necesita un hombre. Dios nos ha creado así. Y mira mi niña, tú te casarás con un príncipe y tendrás hijos. Y serás feliz. Es el ciclo de la vida que Dios ha creado, no lo puedes cambiar.
Ojalá siguiese viva ahora, me abrazaría y me diría que todo se iba a solucionar. Que todos los cuentos tienen un final feliz.


Ahora que lo pienso, no he dicho quien soy. Mi nombre es Lara de las Rosas. Soy hija de Don Fernando XXI y de Doña María Azucena.
Tengo el pelo castaño como Madre, y los ojos claros como Padre.
Soy todo lo contrario a Cala. Ella es la dulzura en persona. Es el Sol. Yo soy la Luna.
Hay gente que dice que dos personas distintas no pueden amarse, porque no se parecen en nada y la convivencia sería dura.
Yo opino que el Sol y la Luna, pese a ser opuestos y distintos forman un hermoso día.

Mis padres me quieren casar con Gabriel, el príncipe del reino vecino.
Se que están tramando que, en la fiesta de disfraces de mañana Gabriel se me declare, y yo me sienta presionada por todos y le diga que sí.
Lo que mis padres no saben es que yo guardo un As en la manga, y que hay alguien dispuesto a luchar por mí y por nuestra felicidad.
No se que pasará mañana. Lo que se es que mi vida va a dar un vuelco por completo.
Lara

martes, 15 de octubre de 2013

Almas.

Se dice que dentro de cada persona hay un alma y que, al morir, esta se va a buscar otro cuerpo.
Las almas no se pueden ver ni oír.
Para escucharlas hay que mirar a los ojos a las personas. Mirarlos profundamente. Intentar ver más allá que el color de ojos.
Y poco a poco empezarás a distinguir cosas.
Empezarás a ver a esa persona con otros ojos.

-Soy alcohólico. La bebida es mi única amiga.
-Me llamo Alba, me veo gorda, fea. Horrible.
-Empecé a fumar por depresión. Ahora estoy hecha una mierda.
-También sueño, también soy humano.
-Soy monja. Llevo encerrada en un convento desde los 12 años.
-¿Por qué no puedo amar sin esconderme?
-Soy adicto al sufrimiento.
-Me llamo Carlos, aunque mi nombre de nacimiento es Carla.
-Soy Maria. Tengo 16 años. Estoy embarazada. Mis padres no lo saben.
-También necesito amor, no burlas.
-Me llamo lucia y amo a otras mujeres. Mis padres me llaman engendro.
-Mi mamá está llorando porque mi papá la ha pegado.
-Soy analfabeto.
-Mami, tengo miedo.
-¿Qué te hice? ¿Por qué no puedes aceptarme tal y como soy?
-Mi padre es negro. Mi madre blanca.
-Tengo alzheimer. En breves me olvidaré de todos.
-Me llaman puta porque han colgado una foto de mis pechos en internet. Todavía no se lo he dicho a nadie.
-No me discrimines.

Hay que mirar a las persona con otros ojos. Así comprenderemos en que hemos fallado.
En qué ha fallado la humanidad.
Discriminación. Guerras. Hambre. Malos tratos. Sufrimiento. Dolor.
Poco a poco nos vamos autodestruyendo por dentro.
A este paso las almas no tendrán cuerpo en el que cobijarse.


sábado, 5 de octubre de 2013

Bajo la llama de una vela



La joven encendió cuidadosamente las velas de colores que le habían regalado por Navidad.
Pronto una hermosa fragancia nubló el pequeño piso alquilado de Madrid.
Una a una fue apagando todas las luces. Y, al cabo de unos segundos, las habitaciones bailaban con luz propia al ritmo al que la llama de cada una de las velas parpadeaba.

Ella se acurrucó junto a la vela de olor a lavanda.
Sus ojos melosos empezaron a brillar con una fuerza hipnotizante que se movía de un lado para otro serpenteando el aire.
La muchacha empezó a fantasear con las cosas sin dejar de mirar la llama.

Ojalá apareciese en su vida un chico joven. Poco mayor más que ella.
Guapo y que atrajese la mirada de las demás mujeres al pasar por la calle.
De pelo rubio y de ojos de un profundo color azul.
La nariz normalita. Ni muy grande ni muy pequeña.
Que poseyese un cuerpo atractivo del que tuviesen celos hasta los hombres.
Le gustaría haberle conocido en las fiestas de su pueblo.
Que él la hubiese invitado a bailar toda la noche y que hubiesen acabado acurrucados mirando la mar.
Que mientras ella mirase el mar él le cogiese de la barbilla y que la besase.
Desearía que ahora mismo ese joven llegase corriendo y abriese la puerta de su casa de par en par.
Que fuese corriendo a abrazarla y a besarla. Y que le dijese un 'cariño, ya compré los billetes para viajar a Paris. Prepara las maletas que nos vamos.'
Pero nada de eso pasó.

Las llamas seguían moviéndose, agotándose. Y, poco a poco, los ojos de la chica se fueron cerrando hasta que se quedó dormida.


Al cabo de un rato la puerta del hogar se abrió.
El chico miró a los lados sin ver nada. Todo era oscuridad.
Apoyó los brazos en la pared e intentó dar al interruptor.
Entonces la vio.
Vio como una llama se movía a punto de apagarse hasta que la corriente producida por la puerta la terminó por apagarla del todo.

Una a una las luces de la casa fueron encendiéndose.
El chico fue a recoger la vela que lo había aguantado casi todo.
Y entonces la vio.
Recostada en un viejo sillón verde de su padre dormitaba la joven.
Se acercó a ella y la besó en la frente.
Vio que estaba helada y fue a la cocina a preparar un buen chocolate caliente.

El sonido del microondas la despertó del sueño en el que estaba.
Al abrir los ojos la luz la cegó un rato y al volverlos a abrir le vio trayendo una taza de Queen, su grupo favorito.
Le miró a los ojos. No los tenía azules, sino de un tono pardo.
La nariz era fabulosamente imperfecta y el pelo oscuro hacía resaltarla.
-Toma, te traje esto. Estás muy fría.

Se conocieron gracias a unos amigos y él poco a poco se le había ido acercando a ella. Hasta que, un día en el Telepizza se acabó lanzando. Y su primer beso supo a pizza barbacoa mientras sonaba la canción "Bad medicine" del mítico Bon Jovi.

Él nunca sería rubio.
Nunca tendría ojos en los que se pudiese ver el mar.
Ni un cuerpazo como Mario Casas. Es más, estaba un poco gordito.
Jamás le mirarían las demás chicas en la calle.

Pero eso a ella le daba igual.
Tenía a alguien maravilloso a su lado y, en esos momentos, era lo único que importaba.