Guille llegó corriendo del
colegio, temiendo que los demás le
hubiesen perseguido como últimamente acostumbraban a hacer.
Al entrar en casa vio que su
padre estaba borracho durmiendo en la cocina. Apestaba a vodka y a whisky del
barato. En la mano sujetaba una foto de su madre.
Mamá.
Esa palabra surcó la mente
del pequeño.
En cuanto ella murió, su padre empezó a beber para olvidar, y si no
conseguía evadirse de la realidad, tomaba más y más hasta caer casi en coma en
el suelo de los bares.
Pensaba que al final de cada
trago se olvidaría de todo. Que desaparecería de su mente.
Pero no era así y se volvía a
llenar el vaso.
Los niños del colegio se
reían del que, en su tiempo, había sido el mejor padre del mundo.
El día oscuro en que
enterraron a su madre la oruga se encerró en una hermosa crisálida. Y así
llevaba desde entonces. Oculta en su propio mundo, temiendo que al salir no la
aceptasen.
Guille había cogido la
costumbre de, nada más llegar a casa, contarle a la crisálida como había sido
su día. Lo que le llamaban los demás a él y a su padre, que estaba solo en los
recreos, que tenía miedo…
Le daba igual que la oruga no
lo escuchase, él tenía que desahogarse.
-Bueno niños, aquí os presento
a una alumna nueva. Se llama Elizabeth, espero que os portéis bien con ella
aunque llegue en mitad del curso.
Estas fueron las palabras que
dijo la profesora al mes del entierro.
Mamá.
¿Dónde está mamá? Papi,
¿le ha pasado algo malo?
Palabras perdidas surcaban la
mente de Guille hasta que alguien le despertó de su mundo.
-Niño, ¿cómo te llamas? Yo
soy Eli, la nueva- Una sonrisa de dientes de marfil le miraba curioso.
El pequeño la miró a los ojos
sorprendido. Tenía un ojo azul y otro verde.
-Guille. ¿Por qué tienes los
ojos así?
La niña soltó una carcajada y
se acercó a él.
-Soy una bruja. Con un ojo
veo el pasado, con otro el futuro y con ambos veo el presente. Me caes bien,
creo que hoy no te comeré- La niña soltó una carcajada propia de una película
de terror de los años 60.
Él la miró con los ojos muy
abiertos, no porque se hubiera creído esa broma, si no porque esa niña era la
primera que le hablaba desde hacía semanas.
Guille seguía apartándose a
un rincón cuando había recreo, pero ahora tenía a alguien a su lado, capaz de
dar la cara por él y defenderle ante cualquier cosa. Tenía una amiga de verdad.
Y eso fue todo lo que
necesitó para que, a la semana, volviese a ser el niño sonriente que era antes
de que acaeciese la pesadilla.
Ya no pensaba tanto en su
madre como antes. La seguía queriendo y añorando, pero tenía que avanzar en el
camino de su vida.
El padre de Guille empezó a
intentar beber menos, pues, después de múltiples amenazas en el trabajo, le
estuvieron a punto de echar.
Seguía bebiendo, pero cada
vez bebía menos.
A veces Guille le pillaba
llorando en la cocina, y siempre mirando la foto de su madre. Esa foto que se
sacaron en la primera cita.
Ella salía sonriéndole a la
cámara y él la miraba con ojos de loco enamorado. Parecía que la iba a besar en
cualquier momento.
Guille se fue alejando de la
crisálida, aunque la seguía cuidando con cariño.
Un día decidió que ya era
hora de mostrarle a su amiga su bien más preciado, ese pequeño animal que se
había encerrado en su propio mundo.
Eli llegó a casa de Guille
entusiasmada por qué sería aquello. Subió las escaleras despacio y se adentró
en la habitación del niño.
Senado en la cama, con
piernas cruzadas, Guille lloraba mientras sostenía el tarro. Ella carraspeó
para hacerse notar y él se enseñó un tarro vacío, sólo quedaban un puñado de
hojas resecas en el fondo.
-No está… La crisálida no
está… Ha desaparecido.
En una palabra.
ResponderEliminarMaravilloso.
Hola, me he concedido la libertad de nominarte en los Liebster Awards, espero que no te importe :P
ResponderEliminarhttp://davidemedicci.blogspot.com/2013/09/liebster-award.html