De mi pelo castaño caían gotas
de sudor debido al calor que hacía bajo tierra. A mis 25 años tenía que
trabajar en este inmundo subsuelo para conseguir el oro de los pobres.
Empecé a picar la piedra.
— ¡Marcos! ¡¿Encuentras algo?!
La voz de
Juan sonaba lejana, pese a estar a escasos metros de mí.
— ¡No! ¡Creo que ya no queda nada!
Me di la
vuelta y me dirigí hacia donde estaba Juan. De repente se oyó un grito a la
salida.
— ¡El canario! ¡El canario! ¡Salid todos rápido! ¡Corred!
No entendía
que pasaba. Tiré el pico a un lado y fui corriendo hacia la salida. Oí un
fuerte estruendo detrás de mí. Seguí corriendo, pero una fuerza hizo que me
cayese hacia delante.
Sentí miedo.
Por primera vez lo sentí.
No es ese
tipo de miedo que tenemos de niños al creer que en el armario había un monstruo
escondido.
Es el miedo
de estar a oscuras. De ver fuego a lo lejos. De no oír nada. De quedarte
paralizado. De ver a los demás mineros salir afuera, algunos mirando hacia
atrás y poniendo espantosas muecas de terror. Incluso los más veteranos corrían
sin mirar atrás y con miedo y dolor en la mirada… Ya lo habían vivido antes.
Levanté un
brazo pidiendo ayuda, pero nadie me hizo caso. Algunos me miraron sin inmutarse
mientras corrían. Otros sencillamente me ignoraron.
Grité con
todas mis fuerzas.
Y en ese
momento todo se volvió negro.
Un trabajo arriesgado y muy duro. No apto para claustrofóbicos.
ResponderEliminaruau *_*
ResponderEliminaralucinante, pero muy triste... supongo q a si es la vida!! =(
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